Homilia Apertura

 

HOMILÍA EN LA INTRODUCCIÓN DE LA CAUSA DE CANONIZACIÓN DE LA MADRE MARÍA DE LA CONCEPCIÓN DE SAN JAIME Y SANTA TERESA.

CARMELITA DESCALZA (MARIA DE LA CONCEPCIÓ D’OLEZA I GUAL DE TORRELLA)

Monasterio de Santa Teresa de Jesús (Palma), 21 de diciembre de 200.

 

Queridas hermanas carmelitas, presbíteros concelebrantes y hermanos todos:

A pocos días de la gran solemnidad de la Natividad del Señor, del nacimiento temporal y carnal de María virgen, esposa de José “hijo de David”, del que nace eternamente del Padre, contemplamos en el evangelio de hoy, como este año en el cuarto domingo de Adviento, el misterio de la Visitación. ¡Cuántas cosas nos dice este misterio que podemos considerar! La primera lectura, del Cantar de los cantares, nos ayuda. “El amado viene caminando por la montaña”, como en una profecía de la primera visita de Jesús,aún en el seno de María, a la montaña de Judea y en la primera liberación que realiza del pecado con la justificación de Juan, de quien ha de ser su Precursor, y el conocimiento de la salvación que trae a toda aquella casa yfamilia del resto de Israel que esperaba con fe sencilla y profunda y conpiedad sincera al Mesías, laBuena Nueva, el cumplimiento de las promesas de Dios.

Pero, como nos enseña todo el tiempo de Adviento, las venidas del Señor son múltiples: la histórica de la Encarnación, la escatológica de la consumación del tiempo, la intermedia de la muerte personal, la de cada día y cada momento cuando quiere venir a nuestra alma, a visitarnos con sus gracias, a habitar en ellas con su Espíritu, a permanecer en ellas tal como es, en la Trinidad gloriosa. Así lo recordaba una de las santas hermanasde nuestras monjas, Isabel de la Trinidad, una de las grandes lumbreras del Carmelo Teresiano del siglo XX, tan fecundo en santidad, erudición celestial y humana, púrpura martirial, celo fundador y evangelizador, como lo prueban entre otras y solo a modo de ejemplo, aparte de la que hemos nombrado, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Sthein) y María Maravillas de Jesús (Pidal y Chico de Guzmán). Todas ellas, empero, nacidas aún en el siglo XIX.

Precisamente un año antes de la muerte, en plena juventud,de Isabel de la Trinidad, nacía de dos de los linajes mallorquines más significativos, la que había de ser priora durante largos años en diversos trienios de este monasterio en que nos encontramos y que se acerca ya al cuarto centenario de “alabanza de gloria” nunca interrumpida.

Maria, la primogénita de aquel matrimonio, lo tenía todo para una vida cómoda y sin apenas preocupaciones en el orden material. Además,la habilidad para la pintura y singularísimamente para el retrato de rostros,hacía de ella una joven sensible y culta, con curiosidad intelectual a la que acompañaba una disposición vital para el ejercicio físico y el deporte.

Pero vino el Esposo del Cántico. El mismo que cantó su Padre San Juan de la Cruz. Ila pidió y la cautivó más que todas aquellas otras bellezas del mundo. Y le dijo que sí, generosamente, sin lamentarse de lo que dejaba. Y aquí encontró a su Rey y su palacio por setenta largos años, entregada del todo a la voluntad de Déu. Aquí realizó la Subida al Monte Carmelo que tan bien describió el Padre San Juan de la Cruz, hasta que aquella noche de febrero de 1999 pronunció las últimas palabras con la lengua de la vida presente cuando quiso regresar a la tarima y le fallaron las fuerzas: “¡He de subir!”. Y ya no subió a la tarima para retomar el sueño, como parecía, sino que, piadosamente podemos creerlo, subía a la cima del Carmelo, por el que había caminado toda su vida religiosa, siempre ascendente.

Lo hemos visto cuando las hermanas que con ella convivieron encontraron sus notas personales y compusieron la “carta de edificación” que nos admira. Y ella, tan discreta que era la reserva personificada –aseguran quienes la conocieron personalmente–, ha admirado a muchas comunidades de carmelitas del mundo y a otras personas a las que llegaban sus noticias y que,sin tener de ella otras referencias, creían también piadosamente que había entrado en las bodas eternas, en la bodega definitiva del Amado, y veían en ella un sentido especial para sus propias vidas.

Así hemos llegado al día de hoy en que, después de la celebración de la Eucaristía, constituiremos el tribunal para comenzar su causa de canonización.Si Dios quiere, que pueda unirse, ella que vivió casi todo el siglo XX, a las grandes carmelitas del siglo pasado desde el silencio del monasterio que edificó con su conducta y guió prudentemente en las vicisitudes más diversas dela Iglesia y del mundo.

Mis hermanas carmelitas y hermanos todos, el Esposo, el Señor, nos visita cada día, recordamos en este tiempo de Adviento. Por doquier deja señales de su paso, “vistiéndolo todo con su hermosura”, y no tan solo en la naturaleza, si no, y sobre todo, en las maravillas que obra en las almas, verdadera motivación del doctor místico Juan de la Cruz en el Cántico espiritual y en sus comentarios: cómo Dios quiere renovar el mundo y a los hombres que en él habitan, su imagen y complacencia, más que toda la naturaleza, y que es lo quele da la belleza completa, plena. La madre Concepción,aparte de lo que dirá de ella el juicio definitivo de la Iglesia, que de ninguna manera queremos prevenir, y las vocaciones contemplativas, nos enseñan desde ahora a responder con generosidad a esta llamada en cualquier ambiente en que tenga lugar, valiéndose de cualquier circunstancia, agradable o dolorosa, de nuestra vida. “Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche”, confesaba el Padre Juan de la Cruz y debemos confesarlo nosotros si queremos reconocer la misericordia del Señor en nuestras vidas, siempre a nuestro lado, aunque no lo veamos, aunque podamos quejarnos incluso amorosamente como la Santa Madre Teresa o el Padre Elías y los demás profetas. Porque sabemos que, para Dios, como dice el salmista: “La noche es clara como el día.”

Hermanas y hermanos, ahora que el día se ha hecho breve y contemplamos “el sol que viene de lo alto”: el Hijo de Dios, que ha dejado “el vestido de su omnipotencia para tomar el hábito de nuestra pobreza”, aprendamos a ser generosos con Él y no le neguemos nunca nada. Él estará siempre a nuestro lado y no nos pedirá nada queno nos dé al mismo tiempo fuerzas para llevarlo a cabo. Será suficiente por nuestra parte con una “determinada determinación”.

Pidámos la por la intercesión de los que hemos citado, santos conocidos, santos admirados,a Aquel que es “el ser que no se acaba” y que quiere unirse a nuestra contingencia y hasta a nuestra miseria por su misericordia infinita, por su Encarnación y vida mortal, pasión y resurrección. Y que se nos ofrece en el misterio de la Eucaristía que vamos a celebrar. Unidos a Él, dándole gracias por el don de la santidad, elevemos al Padre nuestra alabanza, movidos por el Espíritu que clama en nosotros: “A Él por siempre el honor y la gloria.” Así sea.

Excmo y Rvdmo. Sr. Dr. D. Jesús Murgui Soriano,

Obispo de Mallorca.