Testimonios

 

 

"Mi relación con la Madre Concepción empezó en 1961 a mis 36 años y la conocí hasta su muerte en 1999. Confesor ordinario y extraordinario, capellán, predicador de Ejercicios, Triduos, Homilias, Horas Santas ... en su Iglesia, me han dado ocasión de tratarla.

Era una mujer parca en palabras, tenía frases y contestaciones breves, casi lacónicas, pero muy experesivas y significativas, en pocas palabras decía mucho.

Siempre con ánimo igual. 

Esas contestaciones suyas te impresionaban y alguna vez te confundían, por inesperadas, después las llegabas a comprender.

Estaba siempre contenta, siguiendo su vida. Mostraba una firmeza y tesón en el camino que había emprendido, tan notable que podía causar admiración.

No hería a nadie. Creo que había tomado una determinación al ingresar en el Carmelo y la aguantaba, sin pregonar y sin darle importancia; sus obras pregonaban por ella no hablaba de si misma. Así la llegué a comprender.

Muy observante de todas las reglas y muy fiel al Espíritu de la Santa Madre Iglesia. Amó a la Iglesia y al Concilio (1962- 1965); amó también los cambios que la Iglesia quiere, pero no los cambios que provienen de novedades e improvisaciones. Estos cambios han trastornado muchas cabezas y creado fuertes crisis destruyendo personas.

Era una persona con mucha vida por dentro, muy reservada, con mucha fidelidad y gran firmeza de voluntad. Al mismo tiempo acogedora, afable y llena de caridad con todos. Una sonrisa muy expresiva.

Pienso que el Carmelo puede dar gracias a Dios por religiosas como ella; ojalá la juventud de hoy, quisiera ser tan generosa, decidida como ella en el camino de la vida interior y de la observancia de las reglas que ayudan a la vivencia de los tres votos".

M.I. D. Jaime Cabrer

Canónigo de la Catedral de Mallorca

3 de junio de 1999


 

" ...Cuando era yo sacerdote joven, aproximadamente el año 1967, acudí animado por alguien que conocía las Madres CC.DD. a visitar la Priora del convento de Palma de Mallorca, con la idea y la ilusión que me diera uan "hermana espiritual" una "capellana" como dicen las Carmelitas. y recuerdo que casi sin pesnarlo me señaló a la M. Concepción.

Desde el primer momento que traté a la M. Concepción tuve la impresión de que había tenido la suerte de tratar un alma de Dios, un alma muy santa. Me prometió desde aquel instante que todos los días sin olvidarse ninguno de ellos, oraría por mí. Recuerdo que las veces que visité a las MM. CC.DD. de Binisalem (otro Monasterio de Mallorca) y les decía que me habían dado de Capellana a la M. Concepción me contestaban invariablemente: " Pues ¡qué suerte ha tenido! porque la M. Concepción es muy santa. A veces es seca, pero es muy santa, y es seguro que le encomendará todos los días. ...

Pase más de un año o dos o quizás más sin volverla a ver ni hablar con ella. Al cabo de este tiempo pedí poder comunicarme otra vez con mi Capellana. Le pregunté si se acordaba de rogar por mí, a lo que afirmó sin titubear con un rotundo: " Todos los días".

Yo no traté mucho con ella, pero cada vez que lo hacía me quedaba en el fondo del alma la impresión que tenía una verdadera MADRE ESPIRITUAL

Siempre admiré su amor y unidad al Santo Padre.

Recuerdo que nunca noté en ella el más mínimo desánimo, sino que me admiraba su total ecuanimidad.

Le noté también:

- Un gran equilibrio anímico. Una personalidad muy marcada, que cuando descubría lo que Dios quería no se dejaba sugestionar ni convencer por nadie.

- Un gran amor al carisma de Sta. Teresa y S. Juan de la Cruz

- Un gran amor a la Comunidad

- No hablaba mucho, pero lo que decía era sustancioso, de peso.

Las veces que prediqué a la comunidad, especialmente los Stos. Ejercicios (1993-1996) me animaba a seguir dando la misma doctrina (según el Magisterio de la Iglesia).

La vi siempre muy humilde y con gran rectitud interior. No decía nada para quedar bien.

Para ella SU OBSESION ERA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.

No me cabe la menor duda que en el Carmelo rayó muy alto en la perfección y contemplación, y que en el Paraíso goza de una gran gloria.

No me sorprende que ante el Trono de Dios sea una gran intercesora. Preuba de ello son las numerosas gracias que se obtienen por su medio.

Por la tarde del domingo que murió, 7 de febrero de 1999, quise verla expuesta en el coro bajo, y supliqué a las monjas me hiciesen la caridd de poner entre sus manos un crucifijo y rosario que yo traía, por la veneracióln que le profesaba. Desde la reja del coro bajo la contemplé y recé ante ella.

Al día siguiente lunes, y después del funeral que quise concelebrar, sabiendo que personas entregaban objetos para que con ellos tocasen su cuerpo, yo le besé el pie cuando con todos los concelbrantes entramos para cantar el último responso antes de darle sepultura.

Recuerdo que fui a verla al Hospital una de las veces que creo se había quebrado el fémur o la cadera, y estaban dos de sus hermanas carnales y una monja. Exclamé preguntándole: '¡Pero ¿qué ha hecho?! -Me contestó con una serenidad y alegría que no se la veía nada preocupada: 'Ha sido una tontería. Una caída tonta'. Así, sin más, sin darle la menor importancia; más fresca que una rosa.

Me llamaba la atención también, verla siempre muy pobre y remendada, máxime sabiendo, como yo sabía de la casa de donde provenía. Sé por las monjas que se cuidó muchos años de la ropería y que era muy trbajadora, a pesar de su avanzada edad".

P. Miguel Lliteras, M.SS.CC.

Palma de Mallorca 30 abril 2000

Fiesta de la Divina Misericordia 2º Dom. de Pascua de Resurrecciónl. Año Jubilar


 

"Conocí a la Madre María de la Concepción de S. Jaime y Sta. Teresa con motivo de los Ejercicios sobre el Apocalipsis, que prediqué a la Comunidad hace algo más de Treinta años , si poder precisar fechas... Después la he tratado personalmente en sucesivas ocasiones con motivo de mi ministerio, pues siguieron nuevas predicaciones de retiros y ejercicios a lo largo de los años, tanto siendo reelegida Priora como revelada en el cargo, ya por razón de la edad.

Resumiendo mi impresión desde que la conocí, sin haber tenido que rectificarla jamás, era una persona de una gran dignidad, revestida de una exquisita bondad sobre el fondo de una profunda humildad, fruto de una vida interior muy equilibrada de unión con Dios, lograda a la perfección con el ejercicio ascético constante del dominio de si misma y del habitual recogimiento dimanante de la oración, siguiendo el modelo de la Santa Madre Teresa de Jesús, de la cual logró ser una reproducción viviente y actual en la segunda mitad del siglo XX, permaneciendo constantemente fiel hasta el último momento de su vida. Su manera de ser irradiaba de una forma pacífica a su alrededor, percibido además de la Comunidad, también por quienes la trataban. Sus ansias de perfección se notaban en su interés por la observancia, sobre todo aplicando el Concilio Vaticano II. Subrayo que sufría por amor a la Iglesia a causa de la crisis subsiguiente..."

Rvdo. D. Eduardo Vivas Llorens

Párroco de Sta. María de la Jonquera

Gerona, 16 de enero de 2008


 

"... la conversación con ella, y su misma presencia, tenía "un algo" especial difícil de describir. Me impresionó su señorío y elegancia humana llena de contenido sobrenatural. Aunque en esas fechas se notaba su ancianidad, era palpable la riqueza de sus modales en la forma de tratar, de estar, de dialogar, de preguntar... lo hacía con extraordinaria educación y delicadeza. Nunca hizo una pregunta fruto de la curiosidad, o sobre temas, cuestiones o acontecimientos que pudieran herir o molestar a alguien.

En su porte se advertía una riqueza sobrenatural que se materializaba en la facilidad con que hablaba y enfocaba todo desde una perspectiva sobrenatural, como fruto de una vida llena de Dios, propia de quien tiene una extraordinaria experiencia de Dios. La cercanía en el trato con Dios, y la confianza con que miraba hacia el futuro eran dos imponentes lecciones que se notaban palpablemente solo con verla y tratarla.

Cuando estuve con toda la Comunidad, ella sobresalía por la discreción: no hacía nada que pudiera llamar la atención. Seguía la conversación con interés, con agrado y con la sonrisa de quien disfruta ante cualquier explicación o respuesta. Sabía estar y callar. Pasaba desapercibida. Y en el trato directo con ella pude advertir que en la M. Concepción no se veía la más mínima sombra de interés por lo temporal, por los honores, por los cargos, por lo 'humano'. Yo diría que estaba por encima de todos los honores, cargos, medios humanos etc. No era desprecio, ni desentimiento de este mundo; era superación, propia de quien ha encontrado el Gran Tesoro, y todo lo demás deja de interesar e importar. Vivía la confianza en la Providencia de Dios de una manera ejemplar y llamativa.

Del trato personal con ella quiero subrayar tres aspectos que me llamaron la atención:
- el interés con que escuchaba y recibía cualquier consejo o comentario, ya que lo recibía desde su vertiente altamente sobrenatural, viniera de quien viniera sin hacer distinciones teniendo en cuenta que el predicador o confesor fuera una persona de gran información, o de menos profundidades teológicas; con fama de señor importante, o de mediano prestigio.

- el agradecimiento por cualquier pequeño detalle. Esta gratitud es una evidente muestra de humildad, ya que no alardeaba de nada, y todo lo consideraba don y favor. Me consta que en los últimos años de su vida precisaba de muchas atenciones, también materiales. Ella respondía con una constante actitud de agradecimiento, consciente de la ayuda generosa que estaba recibiendo. Se dejaba querer, y en ningún momento se mostró arisca, molesta o distante y

- la sencillez y naturalidad en el trato, juntamente con una gran cordialidad. La delicadeza y la confianza en el trato, con señorío y respeto, era una constante en su vida.

Por otro conducto, sin que ella me lo manifestara, me enteré de que en esas fechas tenía muchos dolores. Quiero recordar que motivados por problemas traumatológicos. Sin embargo en ella no se advertía el menor detalle o muestra de incomodidad o sufrimiento. Si no fuera por su gran vida interior, no podría compatibilizar el gran dolor, que padecía y la alegre serenidad que dejaba en su rostro.

Otra caracterísitca que noté en ella, y que me llamó poderosamente la atención especialmente a raíz de conocer un poco su biografía y los cargos que había desempeñado en la Comunidad, era la aceptación gozosa con que miraba y recibía a las Superioras, cualquiera que éstas fuesen. En la Priora ella no veía a una religiosa más de la Comunidad; veía al mismo Dios. El respeto y la aceptación afectiva con que se relacionaba con la autroridad era algo evidente. Así se explica que viviera con tanta perfección y finura la virtud de la obediencia.

Otro detalle muy positivo de su vida es el siguiente: En esas fechas en las que yo la conocí y traté era frecuente que en las conversaciones salieran a relucir temas y cuestiones de la vida de los miembros de la Iglesia, y muy particularmente de religiosos, sacerdotes y religiosas. no muy edificantes, aunque se hablara de ellos con la mejor intención y con afán de evitar caer en defectos que lamentábamos verlos en otros. En esta conversación, por muy limpia y delicada que fuera, ella nunca participó. Tenía una gran facilidad para comprender y disculpar los defectos ajenos, sabiendo que eran defectos y deficiencias. El respeto y la delicadeza en el trato eran admirables en ella.

De su vida interior, solamente puedo manifestar algunas pinceladas:
- el alto grado de intimidad con el Señor, concretamente su delicadeza y fervor ante la Eucaristía. Le preocupaba muchísimo que al Señor en la Eucaristía no se le tratara mal. Y sufría muchísimo ante las más pequeñas faltas de delicadeza en el trato con la Eucaristía, en los detalles menos dignos en la forma de celebrar la Misa, y en cualquier detalle relacionado con el Señor. No comentaba nada; se dedicaba a desagraviar silenciosamente, reparando con su entrega lo que advertía que no se daba en otras personas.

-la finura en el trato personal con el Señor, no solamente en la forma de recitar las oraciones vocales; sino en ese otro trato íntimo, sin ruido de palabras y sin frases hechas. Para ella la oración era un verdadero y perfecto diálogo con el Señor, al que trataba con enorme y respetuosa confianza, juntamente con una intimidad y profundidad admirables.

Cada vez que tuve la oportunidad de estar en este Convento, y de tratar a la M. Concepción siempre, desde el primer momento, tuve la impresión de encontrarme con una persona de extraordinaria categoría humana y sobrenatural, propia de una Carmelita santa, llena de calidad de vida, feliz por su extraordinaria fidelidad a la vocación que siempre consideró como un don y una gracia especial de Dios"

M.I. Sr. D. Evencio Cófreces Merino

Deán de la S.I. Catedral Primada de Toledo

Toledo, 22 de abril del 2000


 

"Con gozo alabamos a Dios por almas como la M. Concepción, que con el ejemplo de sus vidas, inspiran a esta generación de jóvenes carmelitas a entregarse, como ella, del todo a Dios sin hacerse partes. Como lo quería nuestra Santa Madre.

Les agradezco profundamente que nos enviaran el relato de la vida de la M. Concepción para edificación de todas las hermanas. Al leer estas páginas, se ve a un alma que ha sabido encarnar el ideal de la carmelita descalza con todo el amor y humildad. Se pude ver cómo todo en ella era verdadero y tendía con la mayor naturalidad y rectitud hacia Dios.

Hace dos meses he hecho la Profesión simple, y me ha hecho mucho bien conocer la vida de la M. Concepción al principio de la vida religiosa. ...

Quisiera resumir algunos rasgos marcados de M. Concepción que más me han edificado, dando así gracias al Espíritu Santo que suscita almas tan hermosas para su Iglesia:

Su profunda abnegación y total olvido de sí, siguiendo en todo la máxima de San Juan de la Cruz: 'obrar y callar'.

Su delicadeza y espíritu sobrenatural en la obediencia, que le hacía rendir el propio juicio hasta en los más pequeños detalles, con gran sencillez y humildad.

Era 'hacer como si no hiciera', sin quejarse nunca, practicando la virtud heroicamente sin llamar la atención en nada, como si nada fuera con ella, como el que no quiere la cosa y sin dar importancia a nada propio, muy distinto de cuando se trataba de los demás; con todas era comprensiva, bondadosa, disculpaba siempre.

Equilibrada, serena, con una paz inmutable que brotaba de su alma que había echado hondas raíces en el Corazón de Jesús.

Su profundo amor a la vocación carmelitana, a nuestros Santos Padres, Regla, Constituciones, costumbres.

Su fidelidad a las cosas pequeñas, su entrega total a Dios en el trabajo, sin perder ni un minuto, por su urgencia de salvarle almas.

Su amor a la pobreza, a todo lo que es menos, su pureza de intención- todo por Dios- su delicadeza con las enfermas, su recogimiento y amor al silencio...

Toda su voluntad, su inteligencia y corazón, todo lo entregó , todo su ser, del todo a Dios.

Cuánto bien hacen estas almas grandes y humildes a la Iglesia. Pasan, dejando el buen olor de Cristo a su paso. La M. Concepción, que ha sido columna de observancia y virtud para su Comunidad, nos deja a las jóvenes carmelitas el deseo de hacer vida en estos tiempos, todo lo que nos han legado nuestras madres. Para que el Carmelo conserve siempre sus raíces, y de a la Iglesia almas santas que vivan 'escondidas en Cristo en Dios' par mayor Gloria suya. Que nada de lo que hemos recibido, de nuestras mayores caiga en saco roto, sino que también 'en estos tiempos' en que estase ardiendo el mundo, el ejemplo de sus vidas derramadas por amor, nos mueva a darlo todo, cada día, y si Dios lo quiere 70 años como la M. Concepción... Que ella desde el cielo nos transmita un poco de su espíritu de fortalez,a de paz, de humilad y de amor aDios.

Quedamos unidísimas a su comunidad, encomendándonos a sus oraciones y a las de su querida M. Concepción, para vivir por la Misericorida de Dios, nuestra vocación "sin mitigaciones, hasta la muerte" como ella la vivió".

Carmelitas descalzas de Ponzano. Madrid

14.III.2000


 

"... No puedo dejar de expresarles el bien que a esta Comunidad ha hecho la preciosa carta de edificación de M. Concepción. ... se trata de una hija de Sta. Teresa muy fiel y singular, capaz de estimular y sacar de la mediocridad (al menos en deseo) a algunas como yo, que me he sentido abochornada oyendo en que tono de esforzada entrega transcurría su vida. Da la sensación de que el espíritu de sacrificio, y olvido propio a impulsos del amor, han formado en ella una segunda naturaleza, de modo que la virtud es connatural. En fin, mucho me ha llevado a glorificar a nuestro Dios, admirable en sus santos y a confiar en 'esa fuerza de energía que Él posee para sometérselo todo'.

Con razón el Sto. Padre invita últimamente tanto al pueblo de Dios, a dar gracias por la existencia de las almas consagradas llegando a decir textualmente: 'hay personas que dejan tras de sí un suplemento de amor, de sufrimiento aceptado, de pureza y verdad, que llega y sostiene la vida de los demás'....

...Paso ahora a pedirles en nombre de Ntra. Madre nos envíen alguna reliquia (íntima) de M. Concepción, pues tiene interés en aplicársela a una hermana..., también desearíamos hicieran llegar la carta de edificación a estas dos direcciones..."

Carmelo de Ponzano (Madrid)

  

 

 

Testimonio de Vicente Vidal sobre el entierro de la M. Concepción
 
Testigo que fue el primero en ser curado por la Sierva de Dios y el primero en darse cuenta del cambio en el rostro de la M. Concepción cuando llevaba 42 horas fallecida. 
 
 
 

 

 

   

"La M. Concepción era caritativa, condescendiente cuando se trataba de caridad con todas nosotras y con nuestros familiares.

Fiel cmplidora de nuestra Regla y Constituciones sin mitigación hasta la muerte.

Siempre se sentaba en el suelo: en el coro y en su celda, en la recreación. También en la clínica cuando me operaron, ella permanecía en la habitación sentada en el suelo cosiendo escapularios, aunque viniesen toda clase de personas: médicos, enfermeras y demás. Quedando todos edificados.

Todas nosotras cuando íbamos a hablar con ella de apuros propios o necesidades de nuestras familias quedábamos consoladas.

Es la persona más veraz que he conocido. Su mortificación era muy verdadera.

Tenía serenidad de carácter. Cuando me tenía que corregir me advertía con mansedumbre. Era muy comprensiva".

Mª Magdalena del Sdo. Corazón y consolación. (+ Pascua 2008)

Carmelita de su propia Comunidad


 

'La última sonrisa de la M. Concepción'

La M. Concepción al morir quedó inmediatamente blanca y con el rostro algo cambiado, como alargada la cara. Cuando la amortajamos la colocamos encima de su tarima, y nos dimos cuenta de que se le quedaba la boca abierta. Para cerrársela tuvimos que atarle la cabeza. Le ajustamos la barbilla cojiéndola con un pañuelo hasta encima de la cabeza con un nudo. Tuvimos que atarla con mucha fuerza y aún así no se nos quedó la mandíbula completamente cerrada. De modo que se quedó con una cara alargada, seria, bastante distinta de la que era su cara habitual.

Cuando vinieron los fosores, trajeron el baúl en el que pensábamos enterrarla. Era un baúl negro, de madera gruesa, muy adornada. Por dentro, precioso, forrado con unas ropas blancas muy bonitas, como de encajes. Con una almohada de lo mismo.

Pusieron en él a la M. Concepción, y se quedó como estaba: con la cara alargada, seria, distinta de lo que fue cuando vivía. Una cara de muerta.

Pasó así todo el domingo y el lunes. De esta forma estaba cuando le hicimos las fotos en el coro bajo. Impresionaba un poco por verla cambiada, vomo hemos dicho antes.

Su cuerpo se había quedado rígido, inmóvil. Lo sabemos porque, al quererle colocar mejo la cabeza, que estaba ligeramente torcida hacia un lado, lo intentó D. Vicente Vidal, pero no pudo. Dijo: ' Ya está rígida, no se puede mover'.

Pasó todo el tiempo así hasta pasado el funeral y hasta que la bajamos al cementerio por la empinada escalera.

Al intenta meter el ataud en el nicho, no cupo. Fue entonces cuando D. Vicente Vidal dijo que todavía le quedaba en casa un baúl más pequeño, de estos antiguos que ya no se utilizan, y que lo más rápido sería cambiárselo.

Lo trajo. Era un ataud de tipo antiguo, sencillo del todo, negro, liso, raquítico, y además algo deformado y por eso no se cerraba, quedaba unos centrimetros abierto por los lados.

Lo cambiamos a este ataud, y enseguida nos dimos cuenta de que el rostro de la M. Concepción había cambiado, cogiendo una expresión de sonrisa, quedando con una carita muy agradable, tanto que empezamos a fijarnos todos, y al mirarla exclamábamos: '¡Qué preciosa está! ¡Se ríe! ¡Está sonriendo! ¡Qué bonita! ¡Qué mona!" Estaba tan agradable como cuando, viviendo, nos sonreía. Ahora daba pena tenerla que enterrar.

Se nos ocurrió enseguida hacerle una foto. Pero la máquina estaba lejos. Ya había hecho esperar demasiado a los que la iban a enterrrar. Y dijeron que no, que era muy tarde. Y la enterramos.

¿Por qué sonrió la M. Concepción al quitarla de aquel baul tan bonito y bueno, y ponerla en este otro? Sin saber esto, una hermana carnal de la M. Concepción que estaba en la iglesia, mirando desde la reja del coro bajo, al ver este segundo ataud que traían comentó: 'Ya decía yo que a María no le debía de gustar este ataud tan bueno en el que la habían puesto'.

Quiso vivir siempre con lo más pobre y feo. Tambíén así quiso ser enterrada.

¡Qué cariñosa estaba, qué agradable fue su última sonrisa en este mundo!

Hna. I. A M.

Carmelita de su propia Comunidad


 

"El rostro de la M. Concepción después de muerta en el primer ataud era más bien feo y serio (así como hay personas que quedan con un rostro que parece que están dormidas en vez de muertas, ella era todo lo contrario, se la veía realmente muerta y no muy agradable a la vista)a pesar de ello he de decir que sentía una gran atracción de pasarme horas infinitas delante del cuerpo de la M. Concepción antes de ser enterrado pues irradiaba una vida llena de santidad y de unión con Dios.

Este ataud aunque pobre era bastante labrado y en él estuvo desde la mañana del 7 de febrero hasta después del funeral del 8 de febrero por la tarde, que fue el momento del entierro.

Ya en el cementerio del monasterio, intentaron meterla dentro del nicho, pero el ataud no cabía. Probaron en otros nichos, pero estos eran más pequeños que el ataud, por lo que decidieron picar un nicho para hacerlo más grande. En vista de que se iba a tardar, el de la Funeraria dijo que tenía uno más pequeño y que sería más rápido el ir a buscarlo que cavar más el nicho, por lo que fue (nunca antes se había hecho un cambio de ataud con ninguna hermana)

El ataud que trajo era muchísimo más feo, sencillo, pobre, de color negro, sin nada labrado e inservible pues no cerraba bien, o sea que dificilmente alguien lo hubiera empleado; pero al ser más pequeño cabía en el nicho, así que entre unas hermanas la cambiamos de ataud, y a los pocos segundos de cambiarla nos dimos cuenta de que la cara de la M. Concepción había cambiado; yo pude ver en ella una ligera sonrisa, como si estuviera contenta con el pobre ataud, y su rostro que antes estaba feo, daba ganas de mirarlo y de no enterrarla".

Hna. M B de la T y S.J.

Carmelita de su propia Comunidad


 

"El día 2 de octubre de 1957 entré en éste Monasterio, durante estos años de convivencia con nuestra Madre Concepción, primero como madre maestra y después como priora varios trienios, siempre fue como 'una sombra que me acobijaba'.

Siempre me escuchaba, ayudaba, consolaba y pacificaba; el ejemplo de sus virtudes hablaban, humilde en todo momento, mortificada en todo: comida, vestido etc... Y todo con simplicidad, pero con la grandeza de quien tiene su voluntad unida a la Voluntad de Dios en todo.

Era inteligente, sincera y con su mirada se sentían comprendidos y amados y nunca rechazados.

Tenía un amor fervorosísimo a Jesús Sacramentado, al Niño Jesús, a su Divino Corazón...

En sus últimos años de vida, destacaba un gran aprecio y veneración al Catecismo de la Iglesia.

Durante toda la vida, el estar junto a ella era como estar bajo 'la sombra que cobija', sin sermones, aprensiones ni reprensiones. Para agradecerle la caridad de escuchar, le decía en ocasiones: '¡Cuántas perlas tendrá su corona por el consuelo de habernos escuchado!' contestaba con una leve sonrisa, como quien nada hace, ni espera recompensa.

Se podía manifestarle cualquier cosa en el terreno espiritual y humano, que en todo uno se sentía comprendido".

Hna. I. M.D.

Carmelita de su propia Comunidad 


 

"Un día que yo estaba con ella le pregunté: ¿por qué nunca llevaba la dentadura? (la M. Concepción no tuvo dientes alrededor de 25 años) y me contestó; que 'tenía que pagar las vanidades pasadas'.

Al parecer, de jovencita era muy presumida, comodona, y le gustaba parecer bien, según el rango familiar que tenía. Me dijo que tenía los dientes muy feos y cuando empezó a ser algo coquetona o presumida, no podía soportar aquellos dientes y se los hizo aserrar para que le hicieran una dentadura a su gusto. Le hicieron una muy bonita, con unos dientes muy hermosos, de los que ella quedó muy contenta de poderlos lucir.
Después de pocos años de entrar en el Carmelo, se le rompió y no quiso que se la arreglasen, y así cuando yo entré en el Convento, la vi siempre sin dientes, por eso le pregunté el por qué de ello.

Cuando sus hermanas carnales se hicieron mayores y empezaron a acompañar a la M. Concepción en coche para preparar la fundación del Carmelo de Binisalem en 1961, al verla de esta manera, se avergonzaban, y una y otra vez le suplicaban que aceptase que el que le permitieran hacerle una dentadura nueva, que ellas se la pagarían; pero nunca pudieron convencerla. Al final tuvieron que apelar a la M. Priora, para que la hiciese aceptar; la Madre se lo dijo, y ella se rindió a la obediencia enseguida.

Yo me acuerdo muy bien del dentista que se la hizo, era muy buena persona, pero de unos modales bruscos y poco mirado en la limpieza. Le hizo una dentadura tan grande que al probársela no le entraba de ninguna forma; él a fuerza de empujones se la hizo entrar, pero no podía cerrar la boca, entonces el dentista a viva fuerza se la quitó y me pareció verla con la cara hinchada, aunque no se quejó ni dijo nada, tuvo que probársela varias veces, pues no llegaba a encajársela bien, hasta que ella dijo que le estaba bien así, que se la dejase como estaba.

Pero a decir verdad, se veía que la apretaba en algunas partes, nunca se la vio bien encajada e incluso no podía cerrar bien la boca, pero cuando le decíamos de hacerla una nueva, ella decía que no, que aquella dentadura le iba muy bien.

Nunca la oí quejarse de la dentadura, ni del dentista, pero creo que le servía de mortificación continua".

M. Mª C de Cristo Rey

Carmelita de su propia Comunidad.


 

La segunda parte de la historia sobre la dentadura, la pueden leer en el testimonio que dio el segundo dentista que la visitó después de muchos años, cuando la M. Concepción ya era anciana.

Testimonio del dentista Sebastián Rigo:

'Me llamo Sebastián Rigo y actualmente tengo 77 años. Mi encuentro con la hermana Concepción se produjo a raíz de un amigo. Él se encargaba de proporcionar y arreglar los audífonos de las hermanas del convento de las Carmelitas. Este amigo fue el que me pidió, por favor, que fuese al Convento para realizar un trabajo de prótesis a una monja viejecita que no podía caminar. En aquellos años yo tenía un laboratorio protésico dental y ya no acostumbraba a hacer visitas a domicilio pero, en este caso, fui... Reconozco que el traspasar el umbral de las puertas del Convento de clausura me produjo curiosidad, pasar del exterior de la calle al interior de un convento de clausura no es algo que hiciese todos los días. Una monja me acompañó hasta la celda de Sor Concepción. Cuando entramos en la estancia nos la encontramos sentada en una silla, ya no sólo con su saludo me sorprendió la serenidad y amabilidad que desprendía esa mujer tan anciana. La visita creo recordar que fue en el año 93 y no se exactamente la edad que tenía en ese momento la hermana Concepción.

Su sonrisa irradiaba una alegría contagiosa y me llamaba mucho la atención su piel fina, me parecía una muñeca de porcelana y me recordaba a las representaciones que se hacen de la Virgen María. Le explicaron que el motivo de mi visita era para mirarle la boca y ella me dijo: "No hace falta Sebastián, no merece la pena yo ya soy muy mayor..."

Cuando comenzamos a conversar, una vez más, me quedé sorprendido de la personalidad de Sor Concepción. Era maravillosa la humildad que desprendía con sus palabras, humildad sabiamente mezclada con la experiencia y autoridad de una persona mayor que, como luego me explicaron, había sido superiora del convento muchos años. Cuando por fin accedió a enseñarme su boca y vi aquello dije:

-'¡Madre mía...! los aparatos de prótesis que llevaba estaban rotos, las piezas dentales que le quedaban estaban muy deterioradas y yo le pregunté ¿pero hermana cómo puede comer con la boca así?.

Ella me contestó: 'Bueno... con paciencia... poco a poco".

Yo insistía en que debíamos arreglar todo eso y hacerle una prótesis nueva para que pudiese comer sin hacerse daño y ella insistía en que no merecía la pena, que no me molestase y que lo podía dejar como estaba que le iba bien así... A pesar de sus palabras, yo profesionalmente, entendía que aquellos aparatos rotos que claramente se le clavaban en las encías, le tenían que producir un dolor muy difícil de soportar e insistí en arreglar aquel desaguisado. No sin mucho insistir, finalmente accedió a que le arreglase sus protésis.

Durante todo el proceso, en que me ayudó mi hija que se ocupó como dentista de la parte clínica de su boca, Sor Concepción nos maravilló con su bondad, con su disposición que lograba que nos sintiésemos cómodos en un entorno que no nos resultaba nada familiar. Mantengo en la memoria su conversación exquisita y algo que no sé cómo explicar bien.

Lo que desprendía aquella ancianita encantandora era muy especial. A pesar de su avanzada edad, tenía una especie de luz propia que recuerdo perfectamente a pesar de que hayan pasado más de 15 años. Su sonrisa perenne, su tono de voz cálido y pausado, su piel fina, su humildad, su bondad y sobre todo su humanidad brillaban sin duda como luz propia".

Sebastián Rigo

10 de diciembre de 2009


 

"La M. Concepción era la Priora que me recibió cuando yo entré en 1964, y he tenido ocasión de tratarla bastante pues además fue mi maestra de novicia.

Siempre nos ha dado muy buenos ejemplos y consejos. En sus últimos años de vida me hicieron ropera y ella subía cada mañana a la ropería y me ayudaba a zurcir túnicas.

En la ropería una hermana le decía: 'voy a pedir a Ntra. Madre que le ponga una silla para que se pueda apoyar la espalda' (pues se sentaba a sus 93 años en un banquillo bajo), pero ella decía que no lo necesitaba.

También, en el invierno cuando los pies se quedan congelados, le decía: 'le traeré una tabla para los pies', tampoco nunca la quiso.

Era muy puntual al trabajo pero a veces llegaba 10 minutos más tarde y me decía: 'hoy he tenido un 'romagué', y es que algunas hermanas la necesitaban para pedirle consejo en sus problemillas y la paraban a mitad camino. Otras veces venían del santo noviciado para que les ayudase en alguna necesidad, y siempre me pedía permiso y se llevaba el trabajo. Su respuesta invariable era que San Pablo decía que el que no trabaja que no coma.

Tengo una estampa que ella me regaló en mis primeros años y que escribió estas palabras de San Juan de la Cruz que tanto nos repetía y vivía: 'Mi yugo es suave y mi carga ligera, la cual es la Cruz; porque si el hombre se determina a sujetarse y llevar esta cruz que es un determinarse de veras a querer hallar y llevar trabajo en todas las cosas por Dios; en todas ellas hallará grande alivio y suavidad para andar este camino así desnudo sin querer nada'.

En las exhortaciones de los capítulos los domingos, cuando era Priora, siempre nos repetía: 'Haga en cada momento lo que quisiera haber hecho en la hora de la muerte'.

Cuando me hicieron enfermera pude ver y apreciar su fortaleza y valentía heroica en sus enfermedades. Una vez le costaba mucho caminar y los médicos le dijeron que tenía un poco de reuma en la pierna; ella subía y bajaba escaleras para ir a misa, para hacer la lectura en el púlpito del refectorio... resultó que este reuma que le duró muchos días era una cadera rota que tuvieron que operar y ponerle una prótesis".

Hna. Mª A. del S. C. de Jesús.

Carmelita de su propia Comunidad.


 

"La M. Concecpción era muy abnegada. En los trabajos más duros y pesados era siempre la primera en acudir. Se daba a lo más costoso.

Era muy humilde. No la vi ni oí nunca discutir con nadie. nunca se excusaba.

Decía que cuando estaba en su casa era muy perezosa en levantarse. Tanto era así que cuando oía el timbre del profesor de pintura que llegaba para darle clases, entonces se levantaba de la cama. En cambio cuando yo era novicia y ella maestra, no acababa de oir el primer sonido del despertador cuando yo oía desde nuestra celda, contigua a la suya, que daba un salto de la tarima, y nos despertaba dando las tablillas.

Me fijé desde que entré en el convento, que para la oración en el coro y durante muchos años siempre se servía de un solo libro: 'Formación en la humildad'. Se ve que a ella es lo que más le atraía.

Me acuerdo de cuando una monja dejaba como inservible algo, ella lo remendaba y lo utilizaba.

Nos decía para animarnos en las dificultades que tuviésemos, que habíamos de querer "más" y así se nos haría todo poco.

Era muy mortificada y no hacía caso de sus sufrimientos, siempre quería "más", tal como nos lo decía. Así por ejemplo, el día qeu tuvo un vómito de sangre, estaba arrodillada en el coro y ¡cómo se debería encontrar! No le dio la menor importancia queriendo seguir inmediatamente a la Comunidad que en aquel momento se dirigía hacia el refectorio para la colación. Una hermana con gran énfasis le ponderaba la sangre que llevaba en la toca y escapulario, porque ella hacía como si nada hubiese ocurrido y quería a toda costa seguir la observancia regular. Si esta hemorragia la hubiese tenido en la celda, se habría cambiado la toca y escapulario, sin más y nadie se hubiese enterado del suceso.

Como no se quejaba nunca de nada, y decía que nada le costaba, una Hna. solía repetir: "La M. Concecpión en el cielo tendrá una corona de latón".

La M. Concepción era 'el paño de lágrimas' de toda la Comunidad. de todas y cada una de las monjas, incluídas las Prioras. Acudíamos a ella siempre que lo necesitábamos en busca de consejo, orientación, consuelo, etc. Ella siempre nos lo daba y nos comunicaba su paz.

En todo el tiempo que he sido Supriora, no ha ocurrido nunca que la M. Concepción directa o indirectamente me hiciese notar que ya le había dado aquel oficio de tabla la semana anterior. Sí que ocurrió por el contrario varias veces que venía a 'reclamar' cuando, tocándole un oficio que suponía mortificación, se me había pasado por alto y no se lo había asignado"

M. E. M. de la E.

Carmelita de su propia Comunidad. 


 

"El conocer la madre Concepción fue delicioso, admirable, confortable y lleno de amor. El ver una persona como ella y con tanta jovial entereza a pesar de su edad, es lo que me llevó a pensar seriamente en la labor de las religiosas de clausura. Cosa desoconocida por mí. Esta jovial entereza de esta santa mujer, muy bien podría decirse que era como la de una muchacha cuando entra en el convento para hacer los votos de la congregación, con la misma ilusión y el mismo poderío de juventud.

Lo que más me impresionó de la madre Concepción, fue su humildad; seguramente pensarán ¿cómo puede contactar con esa humilad de una persona que toda su vida vivió en un convento de clausura, y él estando dentro del mundo consumista, caprichoso y todos los calificativos que uno quiera dar, cómo puede ver la humildad de una santa? Pues bien, se notaba tanto en ella, que parecía poderse tocar, se sentía y se notaba como si de un objeto se tratase. No sé muy bien cómo definirlo, pero allí estaba esa humidldad. Su andar, su hábito, su silencio hicieron en mí ver la humilad que rebosaba de ella. No gustaba que alabasen sus trabajos, pero sí era desosa de alabar los demás en silencio, sin mediar palabraa, te dabas cuenta que alaba tu trabajo, sentías su alabanza en tu interior.

En mayo de 1997, fue la fecha en que por primera vez entré en la clausura, desde entonces lo fui haciendo a diaria durante un año por motivos de mi trabajo pues soy restaurador de obras de arte y ello me llevó a entrar a la clausura del convento. Estos últimos años de la vida de la Madre Concepción, fueron en los que tuve el honor de conocerla. Irradiaba paz cuando la tenía a mi lado guardando a la M. Maestra o a las novicias que aprendían de mis trabajos. Sentía en ella que las demás religiosas la tenían como modelo de lo que debe de ser una carmelita descalza. Junto a ella se sentía paz, amor, tanquilidad, sentido y sobre todo daba seguridad a vivir una vida en Dios.

Nunca podré olvidar de esta santa la forma en que subía las escaleras del convento, agarrándose del pasamanos con paso frágil y firme para luego coger una silla de madera con ruedecitas, dirigiéndose a la estancia donde solía coser las prendas de la comunidad. Siempre que se cruzaba conmigo en ese trayecto agachaba la cabeza cosa que siempre comprendí, pero lo comprendí como un acto de humillarse ante Dios y no para dejar de saludar. Nunca llegué a comprende el porqué de sentir este acto como de humillación , pero lo cierto es que así parecía sentir mi entendimiento, mi razón".

Leandro Sánchez Boblillo

Restaurador

11 abirl 1999


 

"Mi vinculación con el Carmelo de Palma se remonta a los primeros años de mi vida. Aquí celebré mi primera comunión y mi confirmación, y aquí, desde muy niño, comencé a ayudar en las celebraciones. En uno de los primeros recuerdos que conservo, me veo trepando por las rejas del locutorio.

Así, pues, conocí a la buena Madre Concepción desde los primeros momentos. No recuerdo exactamente si era priora en la fecha de mi primer acomunión, aunque creo que sí.

La Madre Concepción era de carácter muy sobrio y reservado, lo que contrastaba vivamente con el simpático y extrovertido de la mayoría de las hermanas.

En la Universidad, cuando le comenté que coincidía en el curso con una de sus sobrinas nietas, me preguntó simplemente: 'Fa bonda?' ¿se porta bien?, a lo que pude responderle con toda tranquilidad, puesto que se trataba de una chica muy seria. Recuerdo haber comentado alguna vez con esta condiscípula la bondad y el carácter resevado de la madre.

Era la madre de esas personas poco expansivas, pero sinceramente preocupadas por el prójimo, a quien abrazaba en su corazón universal desde su vocación contemplativa.

Mi tío y padrino, el capellán del monasterio, me dijo que la Madre Concepción representaba el equilibro personificado. Era el mayor elogio en labios de alguien que valoraba esta cualidad como algo central. Alabó siempre su prudencia y discreción...

...Presentaba una nitidez extraordinaria en el sentido de la fe y en el del propio carisma, de sus objetivos y vocación. Con verdadera paz de espíritu y alegría interior...

Recuerdo algunas visitas a clínicas, cuando tuvo problemas de salud. Se mostró muy serena, confiada e incluso expansiva. Como cuando, no sé si por un desvanecimiento u otro problema, las hermans la llevaron a la clínica. Al despertar las riñó cariñosamente porque se habían preocupado en exceso por ella. Fue gracioso oírselo contar personalmente. Ha sido edificante cómo ha sobrellevado las limitaciones que la edad le imponía, llevando, a pesar de todo, vida normal y sujetándose en todo, como siempre, a la observancia de la comunidad".

Santiago Mª Amer Pol

Lcdo. en Filosofía y Letras (Filología).

Palma de Mallorca 6-VI-1999